Parece hoy una tónica generalizada el afán de conservar el núcleo de las ciudades tal como se encontraban a finales del siglo XIX.
Hay protestas generalizada cuando se derriba una corrala, o cuando se sustituye una casa del casco antiguo por una nueva casa.
El sentimiento generalizado es que se produce una pérdida irreparable para la ciudad y por ello existe una presión social en contra, que obliga a nuestras autoridades a prohibir o dificultar la renovación de edificios antiguos, y ni siquiera se plantearse mejorar el anticuado y obsoleto urbanismo de esas zonas. ¡Que alcalde se atrevería hoy a abrir una nueva Gran Via, por la zona de Cascorro!
Curiosamente este afán de mantener los viejos edificios solo trata de conservar la apariencia, pues tan solo se trata de conservar las fachadas, pues en cambio, derribar todo el interior y hacer en su lugar un edificio que nada tenga que ver con el que había, parece que a nadie importe, o al menos no conozco protestas por acciónes así incluso cuando se llevan a cabo en edificios emblemáticos..
Por ejemplo, por dos veces en mi vida he visto derribar el interior del Palacio de Villahermosa, en la primera para transformarlo en la sede central del Banco Lopez Quesada y en la segunda para transformarlo en sede del Museo Thyssen, sin que hubiera manifestaciones en contra, ni de intelectuales ni del pueblo, y sin que tan siquiera de la Baronesa Thyssen, que tan dada a proteger ese entorno de Madrid, hiciera el gesto de encadenarse a un árbol.
Hoy del antiguo palacio no queda más que la fachada y ni si quiera se ha respetado en su integridad, pues los antiguos balcones de cuarterones, elementos inconfundibles en un caserón castellano, se han sustituido por balcones lisos y blancos, como de PVC, con cristal blindado verdes, que no cabe duda permiten más paso de luz al interior, a la vez que defienden con más seguridad los cuadros. pero que desvirtúan lo poco que queda de un edificio histórico.
Claro esta que esta no es la excepción, sino la norma, por no salir de la zona, indicaré que se acaba de inaugurar en estos días la ampliación del Museo del Pardo, que modifica al entorno de este edificio y el de la Iglesia de los Jerónimos, catedral de “facto” de Madrid, edificio discutido, que puede gustar o no, pero que en ningún caso nadie considerará discreto. Que en el histórico Hospital de San Carlos, hoy sede del Museo Reina Sofía , se han situado dos extraños ascensores de vidrio en su fachada principal, y se ha añadido otro extraño edificio triangular en su fachada posterior, Que en la próxima la estación de Atocha, no se sabe bien por qué, se modifico su uso natural de estación de ferrocarril, por la de invernadero, mientras cambia el paisaje de toda la zona al adosarla una nueva e inmensa estación, y se termina la faena instalando en la plaza un inmenso supositorio de cristal, en recuerdo de las victimas del 11 de Marzo.
Por último el propio Alcalde de Madrid, ha desvirtuado el uso y la forma de la Oficina Central de Correos en plena Plaza de Cibeles, para trasladar, nadie sabe por qué, la sede del Ayuntamiento de Madrid desde su tradicional residencia en el Madrid de los Austrias.
¿Se desea conservar el volumen de la edificación?. Pues tampoco, con suma frecuencia se ha permitido levantar más pisos sobre los viejos edificios, de forma que hoy en le barrio de Salamanca es difícil encontrar viviendas con cinco plantas como eran en su origen, por no hablar de los jardines que deberian presidir ls centros de las manzanas, que en la mayoría de los casos jamás se llegaron a respetar, instalando en elos diferntes industrias.
Bueno, pero al menos se conserva el aspecto exterior. Pues sorprendentemente “va a ser que no”, la mayoría de las fachadas de edificios antiguos se han rehabilitado en los últimos años y la que era blanca se pinta de crema, y la que era crema se pinta de verde.
Entonces, ¿que queremos conservar? Pues no lo sé con seguridad, pero si sé, que en cambio, si se pretende derribar un edificio en su totalidad, suele haber una resistencia social inmensa.
Curiosamente esto solo afecta a los edificios, por ejemplo el Plan Renove y un montón de cortapisas técnicas, han eliminado de las calles no solo los Ford Modelo T, sino cualquier automóvil de más de veinte años, Las farolas, los bancos, las bocas de metro, y todo lo que se considera mobiliario urbano, han sido sustituido sin la menor queja de nadie, por equipamiento más modernos, cayó también el adoquinado, los tranvías, las persianas pintadas de verde, los característicos cascos con forma de huevo de los municipales y el uniforme de carteros, taxistas y tranviarios, así como los serenos y los carritos de helados, cambiados por unos feísimos kioscos de plástico. Todo lo que alguna vez fue señas de identidad de la ciudad, se ha sustituido y renovado sin queja de nadie. .
Uno, que tambié le duele cuando ve caer un viejo edificio, vuele a preguntarse ¿Que es lo que queremos conservar cuando no dejamos destruir una fachada de un edificio sin ningún encanto especial y como ciento de otras? ¿No sería suficiente obligar ,( y vigilar su cumplimiento), al arquitecto a que diseñe una fachada en el mismo estilo y materiales que las que quedan en pié? ¿Merece para conservar en pié la fachada del viejo edificio, el sobrecoste económico que supone construir un nuevo edificio en esas condiciones, cunado lo único que conservamos es una mampostería sin el menor valor artístico ni histórico?.
Habría que replantearse que es lo que en realidad pretendemos conservar de los cascos antiguos de las ciudades y si realmente lo estamos conservando, o estamos transformando las ciudades en decorados de cine, con fachadas pero sin nada detrás.